En Las Coloradas viven 1.200 personas, sin gas, cloacas ni asfalto. Y el pan llega día por medio.
La única fuente laboral es la municipalidad, con 300 empleados. Desde el 2007 hubo cuatro intendentes.

Las Coloradas se ubica a 310 kilómetros de Neuquén, a 110 de Zapala y a 100 de Junín de los Andes. Pero está mucho más lejos.

De no ser por los alambrados se podría llegar al río, una posibilidad en muchos lugares vedada.
Por el estado del camino, este paisaje de cordillera plena sólo fue apreciable cuando el auto estuvo quieto y cuando el conductor al fin aceptó que Las Coloradas existe, que está tierra adentro, saliéndose de la ruta de los mitos. Hay razones para la porfía: desde Neuquén hasta el pueblo que fue un gran rodeo de vacas pelirrojas no hay cartel alguno que certifique su existencia. El Salitral, Aguada Florencio y Media Luna, y otros parajes mínimos, tienen más chapas verdes que Las Coloradas.

Si hubiera más carteles, si los caminos fueran amables... quizás. Pero no es así. Y tampoco por ahora es posible que en el pueblo se cocine su propio pan. Cuesta imaginar que alguna vez, "los antiguos" pobladores molieron su propio trigo.
Técnicamente Las Coloradas es un pueblo inviable. No tiene producción, aporta escasos impuestos y no cuenta con tierras como para imaginar algún desarrollo. Apenas algunas chacritas, una chanchería, una asociación de fomento rural y una fundación que apoya a las comunidades mapuches. Es, a toda vista, inviable. Pero viven aquí 1.200 almas. Y la cuarta parte trabaja en la municipalidad. En rigor, una comisión de fomento (municipio de tercera) que recibe entre 600.000 y 700.000 pesos que se van, claro, en los sueldos de empleados y contratados. El pueblo tiene poco crédito. Fugaron con destino incierto cientos de miles de pesos que llegaron por la renegociación de los contratos petroleros de Neuquén y Nación clausuró asistencias cuando el dinero para proyectos fue gastado en salarios y para levantar un embargo, según el ex funcionario más apuntado.

Todos son del Movimiento Popular Neuquino, casi todos están enfrentados.
Hace dos años, este pueblo manso, de gente sencilla y amable vivió su propio infierno. Piquetes, piedras, golpes, tomas y agresiones. Hasta los pibes se trompeaban por diferencias políticas.
Entre las idas y venidas, la partida de un jefe comunal y la de otro, se esfumaron esos cientos de miles de pesos y hay causas e investigaciones que nadie sabe muy bien quién lleva adelante. La cuestión política y los casos de presunta corrupción han dejado varios heridos y las sospechas crecen como la mala hierba. La gente parece aceptar que habrá impunidad, a pesar del desatino.
Una de las raíces de los males está en la falta de empleo genuino.
"Hay muchos contratados a los que se les paga entre 500 y 1.500 pesos para que traten de sobrevivir; muchos no trabajan y cobran; otros cobran, tienen otros ingresos y no trabajan; hay otros que cobran de todo y no se los ve mucho. Y también están aquellos que trabajan y cobran poco", escribió Ariel "Yayo" Barros Erxilape, empleado municipal, en una carta pública que aún retumba en el edificio comunal.
–¿Qué hace tanta gente en un lugar tan chico como la municipalidad?
–Es un rascadero de bolas y me incluyo, responde Yayo. Honestidad brutal.
"Sí hay proyectos pero no hay plata, es difícil hacer que la gente trabaje cuando no hay materiales para trabajar. Qué se puede hacer en el pueblo más pobre de Neuquén sin el apoyo provincial", dice Yayo.
El trabajo en la municipalidad se transforma así en un objetivo casi exclusivo. Y los subsidios son el goteo de un suero sin medicina. La (presunta) corrupción política y la falta de trabajo son un problema, pero no el único.

"Vienen para el veranito, crían ciervos y tienen un mayordomo que les cuida todo. Antes, los estancieros le daban trabajo a la gente, con esa gente se conformó el pueblo", afirma Barros Erxilape, padre de todas las críticas y uno de las casi 300 personas que emplea la municipalidad. La comuna concentra casi la mitad del padrón electoral de la localidad.
Jorgelina sentencia: "sin tierra no hay futuro". Y no hay tierra. Hasta el cementerio está quedando chico. De hecho, para hacer diez cabañas uno de los intendentes, don Mario Contreras, loteó una cancha de fútbol, compró maderas a Corfone y 160 chapas que asegura están depositadas en Aluminé. Muchos dudan de Contreras. No hay ninguna perspectiva de que esas casas vayan a hacerse.
Jorgelina dice que a su abuelo uno de los patrones le dio tierras cuando la familia se empezó a estirar, y que ellos pagaban pastaje por el uso de esos lotes. Fue recién en últimos años que los rodearon de alambres y ya no pueden llegar a la laguna Honda, en un paisaje de ensueño. Tampoco pueden acceder a la "pinalería", un bosque de araucarias en el cual cuando chica recogía piñones que consumían a los largo de varios meses.
"Ni leña podemos buscar al lado del río, está lleno de alambres y de carteles", sigue Jorgelina.
Es cierto que este año el plan Calor está dando respuestas. El pueblo no tiene gas, no cuenta con conexión a las líneas eléctricas, no hay cloacas y en 96 años nunca se asfaltó una calle. Brilla entonces como una perla el río Catan Lil aunque en un tramo de su ribera se erige humeante el basurero del pueblo.
"Nos hemos puesto demasiado flojos, en los últimos años el pueblo se fue para abajo, ni llueve siquiera", reflexiona Bernardino Pintos, otro nacido y criado que está a un tris de cumplir 85, sufriendo por sus vacas coloradas que pastan lo que pueden en un campo alquilado.