Breve Reseña

Esta emisora de radio nace por una necesidad de comunicación que tenía la zona de Piedra del Aguila y sus alrededores.
Por aquellos tiempos un soñador llamado Oscar Isaac Lillo emitía por primera vez un 13 de octubre de 1986, la radio experimental Piedra del Aguila en amplitud modulada.
El objetivo siempre fue servir a las instituciones, destacar los parajes, sus pobladores (que por diversos motivos aun continuan aislados en zonas rurales), el mensaje comunitario, el llamado urgente etc., son frases que se destacan en la actualidad.
Los pobladores de estos lugares siempre están espectantes de la información y diversos acontecimientos que se producen en la localidad, en el País y el exterior debido a la cambiente realidad actual.
Hoy el medio de comunicacion va actualizandose tecnologicamente de acuerdo a las innovaciones que se producen en el campo de la radiodifusión.

DíA DEL VETERANO Y DE LOS CAíDOS EN LA GUERRA DE MALVINAS


“Nos habían dicho que íbamos de instrucción y fuimos a una guerra” 
Horacio Cerda, de San Patricio del Chañar, tiene 50 años y peleó en Malvinas a tres meses de haber entrado al servicio militar. Fue capturado por los ingleses y devuelto a la Argentina. Decidió regresar a las islas por el dolor de haber perdido a sus compañeros. Hoy puede contar sus vivencias con una anécdota que lo marcó a fuego.

Por ADRIANO CALALESINA
Centenario: Horacio Cerda tiene 50 años y recuerda con precisión de historiador cada momento que le tocó vivir en Malvinas. Es ex combatiente de la Infantería de Marina y en las islas estuvo dos veces: en el desembarco del 2 de abril de 1982 y luego el 7 de mayo, tras ser capturado por los ingleses y devuelto a la Argentina.


¿Cómo fue ese día en el que les avisaron de ir a Malvinas?
Estábamos vestidos de gala, de licencia porque nos correspondían diez días por Semana Santa, cuando llegó gente de la compañía y nos informó que teníamos que vestirnos de verde. Volvimos para atrás, estábamos en Puerto Belgrano, en Punta Alta, nos llevaron a los hangares, tomamos el armamento y empezó todo el trajín de cargar camiones, explosivos y alambrados.

¿Qué les dijeron en ese momento? ¿Se imaginaban que iban a una guerra?
No, jamás. Nos habían dicho que nos íbamos de instrucción. Descargamos los camiones y al otro día embarcamos hacia Río Grande (Tierra del Fuego), aproximadamente el 30 de marzo. El 1 abril, tipo seis de la tarde nos volvieron a embarcar con rumbo a las islas. En ese momento, no se hablaba nada, nadie imaginaba nada. Cuando estábamos embarcados, llegando a la isla, anclados para desembarcar. Alrededor de las cuatro de la mañana nos avisaron que teníamos que tomar las Malvinas; la orden no era matar gente sino tirar a los umbrales de las puertas y ventanas de la Gobernación.

¿Qué se les cruzó por la cabeza?
De primera, pensábamos que era como un juego manejado por nosotros. Estábamos de madrugada, con la escarchilla, apostados a la orilla de un mar, que no teníamos ni idea qué era, y la Casa de Gobierno de Malvinas frente a nosotros. Cuando nos dieron la orden de tirar para que se rindiera la gente que estaba adentro, no hubo ningún herido. Hasta ahí no pasó nada, después fue el asunto.

Lo tomaron como un engaño…
Exacto, como un engaño. Después, al transcurrir el tiempo y los días, nos fuimos dando cuenta de la envergadura de lo que pasaba.

¿Qué entrenamiento tenían en ese momento?
Yo estuve un mes internado porque me dolía una muela, nadie quería hacer instrucciones en el servicio militar, así que imaginate. La misma presión te lleva a eso. Lo único que pudimos hacer en el servicio fueron los alambrados y campos minados. No alcanzamos a estar tres meses y allá en las islas aprendimos a manejar todo tipo de armas. La instrucción la hicimos en dos días: o aprendíamos o que Dios te ayude.

¿Cómo se enteraron de lo que estaba pasando en ese momento en el país?
Teníamos muy poca información y la radio. A partir del 1 de mayo se empezó a complicar la historia. El primer bombardero naval fue un jueves y duró todo el fin de semana durante las 24 horas del día. Ya estábamos en tierra y hacíamos campos minados. Desde ahí los ingleses sólo bombardeaban los fines de semana, hasta las diez de la noche.

¿Por qué?
Porque les pagaban muy bien, ése era el comentario que nos hacían. Y era verdad: nunca tuvimos un bombardeo un lunes o martes, siempre los fines de semana. Ahí es donde nos dimos cuenta de que estábamos en una guerra, ya pasando hambre, frío y el maltrato de los oficiales, que se creían que por tener un tiro en el pecho eran más que cualquiera. Para el militar que se crió en el Sur, el frío era un poco más soportable, pero para los que venían de Formosa o del Norte no. Murieron dos chicos, me acuerdo, de frío.

¿Recordás los lugares donde colocaban las minas?
Si hoy me llevás a Malvinas y me decís 'quiero que desactiven el campo minado', yo me acuerdo de todo, sé a dónde perdió el cabo principal un pie, todo lo tengo acá adentro (señala su cabeza). Todos los días era hacer cinco o seis campos minados; por línea entran 25 minas y hacíamos tres líneas, y al terminar el campo del lado del mar hacíamos un alambrado rastrero y plantábamos granadas.

Siempre se habló del tema de las bajas inglesas, que no fueron las oficiales. ¿Cuál fue su sensación?
Ellos insisten en que no tuvieron tantas bajas, pero te puedo asegurar que tuvieron muchas. Cuando estuve en Monte Kent, hicimos campos minados, y en una oportunidad desembarcaron dos buques ingleses, dimos la información al pueblo estando a 25 kilómetros y lanzaron un misil. Eso fue alrededor de las dos de la mañana, se venía derecho a la montaña donde estábamos y lo vimos impactar en los buques. A los diez minutos los buques estaban con las puntas hacia arriba, creo que hubo seis o siete muertos en ese momento, cuando al otro día recorrimos el campo minado. Ellos siempre mintieron con las bajas que tuvieron. Estuve prisionero y tuve la oportunidad de hablar con ellos porque muchos hablaban castellano. Nos contaban que si nosotros habíamos aguantado un ataque de seis horas y doce sin comer, ellos se tenían que volver porque no tenían nada de armamento.

¿Por qué estuvo prisionero?
Estuve dos veces. Una, entre el 18 y 20 de mayo, cuando me llevaron a Uruguay, después de Campo de Mayo y luego a Bahía. Nos emboscaron entre el 17 y el 20 de mayo, al frente del mar, cerca de Monte Kent. Te llevaban a un país neutro, y al parar al Uruguay nos trajeron a la base y después de unos días el jefe de la compañía nos dijo si queríamos volver a Malvinas o si queríamos seguir de licencia hasta que termine la guerra. Así que el 7 de junio volvimos. Cuando estuvimos hablamos pocos, se relacionaban con el personal de cuadro, con los conscriptos no hablaban.

¿Pero por qué decidiste volver sabiendo lo que estaba pasando?
Yo no perdía ni ganaba nada. Pero siempre me pregunté por qué volví sabiendo que me podía haber muerto y regresé a mi casa sin ningún tipo de heridas. En ese momento, un mes antes habían matado a un pibe de Bariloche, le pegaron un morterazo; eso me marcó y era como una venganza. Yo ahora lo interpreto de esa manera. A los dos días de ese hecho matan a un cabo a pocos metros de donde estaba, de dos disparos. Estuve en combate a distancia con el fusil y de alguna manera necesitaba hacer justicia. Hoy, viéndolo de lejos, es una anécdota porque ni siquiera tengo armas ni quiero saber nada con ellas. Hoy, a los 50 años, me pongo a pensar para qué volví, si me podían haber matado...
Después que volví seguimos haciendo campos minados. Teníamos que ir cerca de Dos Hermanas, a unos 14 kilómetros de Puerto Argentino. Llegamos con un camión hasta cierta parte y se encajó. De la compañía íbamos 30 y yo estaba como guardaespaldas de un oficial. Todos mis compañeros llevaban cajones de explosivos. Caminamos 10 kilómetros y dimos vuelta la montaña. Volvimos a buscar más explosivos y se hizo de noche, tipo cinco de la tarde. Me preguntaron si me animaba a volver a buscar a la gente con el camino que habíamos marcado. Cuando llegué no encontré a nadie, no tenía el santo y seña, y venía apurado porque sabía que empezaba el bombardeo. En un momento me caí en un pozo de agua y quedé enterrado hasta el fusil. Estuve un rato tirado y decía, para mí, que si me quedaba ahí me moría. Pensé en lo que me dijo el cabo, que el que se mojaba tenía que caminar, porque yo tenía todas las piernas duras. Llegué a un camión, revolví todo y encontré una caja de Mantecol. Me la comí toda, me llené, me senté en la parte del volante y me encontró, a las 11.30 de la mañana, un chico de Cipolletti, Hugo Renzetti. A él le debo la vida.

¿Cómo hizo para superar todo esto?
Acá hay una cosa muy clara, yo llegué mal como todos los que estuvimos en las islas. Cuando llegué, tuve la suerte de conocer a mi señora, que me hizo de psicóloga. Durante seis o siete años era pelea tras pelea todos los días, no de matrimonio, sino que ella me hizo entender cómo yo tenía que reinsertarme en la sociedad. Lo que soy y hago hoy se lo tengo que agradecer a ella.