Por Roberto Aguirre
Hay un lugar común al hablar de Spinetta. Suele decirse que su música es para pocos, que es una suerte de elite dentro de ese catálogo que conocemos como Rock Nacional. Nada más injusto y lejano a lo real. El flaco es popular. Popular, que no es lo mismo que masivo. Lo fue cada vez que en un fogón se cantó “Muchacha”, pero también con la poesía más simbolista y compleja de "Cantata de puentes amarillos" o el lirismo infinito de "Los libros de la buena memoria".
El flaco es popular no por la cantidad de gente que escuchó su música o por los discos que vendió. Lo es porque influyó en todos los que alguna vez cantaron rock en español. Nadie renegó jamás de su herencia. Su arte fue ubicuo, se convirtió en un faro de los que vinieron después y de los que vendrán ahora. Desde el pop más marketinero de Miranda! a la poesía urbana del Indio Solari, desde el folklore-rock hasta las fusiones con el jazz. Todos le deben algo a Spinetta. Cada vez que se le dé play a un CD de cualquier artista que forme parte del universo rock-argentino, el flaco estará detrás, porque forma parte del eslabón más fundamental de su ADN.
El Flaco, que supo dar clases magistrales de armonía sin haber estudiado música. El Flaco, al que la prensa canalla le contó las costillas cuando su cuerpo lo abandonaba de a poco. El Flaco, que destinó sus últimas horas como un Quijote frente a las muertes absurdas provocadas por la imprudencia al volante. El Flaco, que en 1969, cuando los Beatles grababan Abbey Road, editaba con Almendra "El hombre de la tapa", y abría una historia nueva para el cancionero nacional.
Ese flaco, el que te cambia la vida. Porque con Spinetta no hay medias tintas: su música es un antes y un después, una bisagra para el alma. Querido flaco, flaco nuestro, donde quiera que vayas, “descálzate en al aire, para ir”.
Hay un lugar común al hablar de Spinetta. Suele decirse que su música es para pocos, que es una suerte de elite dentro de ese catálogo que conocemos como Rock Nacional. Nada más injusto y lejano a lo real. El flaco es popular. Popular, que no es lo mismo que masivo. Lo fue cada vez que en un fogón se cantó “Muchacha”, pero también con la poesía más simbolista y compleja de "Cantata de puentes amarillos" o el lirismo infinito de "Los libros de la buena memoria".
El flaco es popular no por la cantidad de gente que escuchó su música o por los discos que vendió. Lo es porque influyó en todos los que alguna vez cantaron rock en español. Nadie renegó jamás de su herencia. Su arte fue ubicuo, se convirtió en un faro de los que vinieron después y de los que vendrán ahora. Desde el pop más marketinero de Miranda! a la poesía urbana del Indio Solari, desde el folklore-rock hasta las fusiones con el jazz. Todos le deben algo a Spinetta. Cada vez que se le dé play a un CD de cualquier artista que forme parte del universo rock-argentino, el flaco estará detrás, porque forma parte del eslabón más fundamental de su ADN.
El Flaco, que supo dar clases magistrales de armonía sin haber estudiado música. El Flaco, al que la prensa canalla le contó las costillas cuando su cuerpo lo abandonaba de a poco. El Flaco, que destinó sus últimas horas como un Quijote frente a las muertes absurdas provocadas por la imprudencia al volante. El Flaco, que en 1969, cuando los Beatles grababan Abbey Road, editaba con Almendra "El hombre de la tapa", y abría una historia nueva para el cancionero nacional.
Ese flaco, el que te cambia la vida. Porque con Spinetta no hay medias tintas: su música es un antes y un después, una bisagra para el alma. Querido flaco, flaco nuestro, donde quiera que vayas, “descálzate en al aire, para ir”.