Esta la historia de un amor patológico. Conoce la terrible pesadilla de la mujer que perdona lo imposible...
Buenos Aires.- Sí, hay casos que parecen ficcionales y este es uno
de ellos. Romina Martínez es la protagonista, y no forma parte de una
novela; es una historia real.
Juan Carlos Cardozo, es el asesino y mató a la abuela, hermana e hija de
Martínez. ¿Se puede perdonar algo así?, para Romina, sí. La joven, de
27 años, perdonó a Cardozo y está embarazada de dos meses y medio del
segundo hijo de Cardozo.
Pese a que intentó mantener en secreto la reconciliación, los
reencuentros en el Pabellón Evangelista de la Unidad 9 de La Plata donde
el confeso homicida pasa sus días y aguarda el juicio oral que
comenzará el jueves, todo se filtró.
"A los tres días de la masacre, ella dijo que no podía quedarse más acá,
agarró a su hija y se fue", explica Angélica Núñez de 56 años, la
madrastra de Romina, nuera de Nilda Ludovica Ham, de 78, y "madre del
corazón" de María Florencia, de 15, y de Marisol Martínez, de seis, informa Tiempo Argentino.
Cardozo y sus masacres
Tras pasar por varias casas de familiares y amigos, alrededor de cuatro
meses atrás los padres de Cardozo le hicieron un espacio a la joven en
el fondo de su casa, en la localidad de Garín, en el partido de Escobar,
para que se acomodara con la hija que tuvo con el asesino, que hoy ya
tiene cuatro años.
Mientras deambulaba de un sitio a otro, una prima de Romina había
comenzado a hacer los papeles para adoptar a la nena "pero cuando
estaban por concluir los trámites, ella apareció con el suegro en una
moto y se la robaron", detalla Angélica, para quien la hija de Romina se
convirtió en la moneda de cambio para que ella pudiera instalarse con
sus suegros.
Según consigna El Intransigente,
Romina vive intermitentemente entre San Martín, donde trabaja en una
vivienda con cama adentro, y Escobar, a unas 20 cuadras de la casa de su
abuela, donde el 27 de agosto del año pasado su pareja mató a las tres
mujeres de su familia.
Esa mañana, Cardozo se levantó temprano y fue a trabajar a la
Municipalidad de Escobar, donde barría las calles por un plan social.
Apenas llegó, el joven les dijo a sus jefes que debía retirarse porque
tenía que hacer unos "trámites personales".
Alrededor de las 7:30 hs, se escondió detrás de un montículo de troncos
frente a Uruguay 633, de Benavídez, en Tigre, donde presumía que debía
estar Romina, quien había cortado la relación, cansada del maltrato
psicológico y físico.
Con paciencia, Cardozo esperó a que se fueran a trabajar todos los
hombres de la familia Martínez, que no eran pocos: en ese amplio terreno
de unos 50 metros de frente, varios hijos de Nilda Ludovico Ham
construyeron sus viviendas.
Cuando vio que no quedaban hombres en las casas, cruzó la calle y golpeó
la puerta. Ham, que tenía un particular aprecio por él, lo invitó a
pasar a tomar unos mates. Cardozo no vaciló, tomó varios cuchillos
tramontina y comenzó a apuñalarla con saña. La mujer, a quien él suele
llamar "abuelita" tenía la campera puesta.
La anciana, una gringa brava –según recuerda una de sus nueras, Cristina
Martínez– presentó batalla: en medio del forcejeo, el reloj pulsera del
asesino terminó debajo de la mesa del comedor y dejó de funcionar a las
8:20 hs, cuando la dueña de casa comenzaba a agonizar en el piso.
El femicida envolvió a su primer cadáver en una alfombra y lo depositó
en el baño, al lado del inodoro. Después fue al cuarto donde dormía
Marisol, la hija de Romina de una relación anterior, y la ahorcó con un
cable de teléfono. Cuando dejó de respirar, la colocó sin mayor esmero
boca abajo al lado de su abuela.
Sabiendo que Romina iría a la casa, el asesino se mantuvo en vigilia.
Pero no contaba con que la hermana de su pareja debía llevarle unas
pastillas a Ham, quien había sufrido un ACV recientemente.
Mientras se lavaba los brazos manchados por la sangre ajena, María
Florencia entró en la casa. Cardozo se escondió detrás de una puerta
para sorprenderla. Ella fue la que más se resistió a morir. "Sus muñecas
y pies se quebraron de tantos golpes que lanzó", contó Angélica Núñez.
La chica había practicado Taekwondo pero apenas le sirvió para dañar a
un Cardozo decidido a matar por tercera vez ese día.
"Ella le daba un golpe y él le devolvía una puñalada. Treinta y tres
recibió. Se ensañó mucho con Florcita. Uno de sus rulitos y parte del
cuero cabelludo quedaron estampados en una de las paredes", detalló
Katy, como le dicen a Angélica en el barrio. "Con un tenedor le
desfiguró el rostro y la terminó de matar con un cuchillo que quedó
incrustado en su cuello", agrega.
Marisol, la menor de las víctimas, encontró la muerte sin conocer a su
padre. Quizá Romina lo sepa, pero nunca lo nombró. Sin embargo, sus
parientes la lloraron –y aún la lloran– como si la hubieran parido. "Yo
era la madre del corazón de las dos. A María Florencia la crié desde los
tres años y Romina me regaló a Marisol a los tres días de nacer", dice
Angélica, quien como una especie de mantra dicho con las manos, no deja
de tejer desde que ocurrió la masacre. Sólo interrumpe las agujas para
refregarse los ojos y secarse las lágrimas.
La mujer confeccionó ropa para sus parientes, los vecinos, su psicóloga,
y hasta para los funcionarios del Ministerio de Justicia de la Nación
que la acompañaron desde los momentos más críticos del caso. Así intenta
mitigar la soriasis que ganó sus brazos. Pese a todo intenta seguir
sonriendo.
Katy fue una de las pocas personas que vio los cuerpos. Como Flor no
volvía, fue a la casa de al lado y golpeó la puerta con insistencia.
Detrás de ella, Romina repetía: "Juan Carlos está adentro, Juan Carlos
está adentro", recordó su madrastra, quien sospecha que la chica pudo
conocer con antelación los planes macabros de Cardozo. "Hay una llamada
realizada desde esta casa a las tres y pico de la madrugada al celular
de Cardozo, pero ella negó haberlo hecho. Querríamos saber qué pasó y si
ella estaba al tanto de algo", remarca.
Katy y su marido, que había vuelto con urgencia de trabajar, barretearon
la puerta: la primera imagen con la que se encontraron era
espeluznante. "Había ríos de sangre", resume la mujer.
La vida de Romina –de acuerdo a lo que pudo reconstruir Tiempo
Argentino– tuvo un giro a sus 14 años, cuando su madre falleció de
cáncer de hígado y su padre, Juan Pedro Martínez, rehizo su vida con
Angélica. Por entonces, la joven comenzó a vivir más en la calle que en
su casa, pese a que su padre había enrejado su habitación para que no se
escapara. La chica lograba romper los candados para alcanzar la calle,
donde se sentía contenida. En esos días confusos de la adolescencia
conoció a Cardozo.