El estado de hacinamiento de la familia es total. Los vecinos los denuncian por la basura que hay.
Mario Cippitelli
Cippitellim@lmneuquen.com.ar
Neuquén
No es que les guste acumular basura o cosas viejas, sino que la casa es demasiado chica. Y mucho más para que vivan 12 personas.
La familia se hizo conocida ayer a través de los medios de comunicación, a partir de un escándalo que se originó cuando inspectores municipales retiraron un auto viejo que estaba estacionado en la vereda. La denuncia la habían hecho vecinos que están cansados de ver tanta basura y cosas tiradas en la vereda. Hubo forcejeos y gritos. El auto se lo llevaron igual.
En un principio se pensó que podía ser un caso de “acumulación compulsiva”, una patología que sufren personas que guardan todo lo que encuentran y no se deshacen ni de la basura. Pero a partir de una charla con los integrantes, el caso tomó otro rumbo.
Una abuela de 94 años es la mayor del grupo de personas que habita una pequeña sala, que no tiene más de 15 metros cuadrados. Junto a ella conviven hijos, nietos y bisnietos. Hay viejos, adultos, adolescentes y también una beba de meses.

El lugar parece más reducido de lo que realmente es, porque hay camas y colchones, bolsas repletas de ropa, dos heladeras viejas y una mesa rota con algunas sillas.
Todo está amontonado. Un baño húmedo y semidestruido completa el hogar de estas personas que sobreviven día a día como pueden. El piso es un rejunte de cerámicos de varios colores que alguien consiguió de ocasión cuando se construyó la casa. Dos sillones con mantas sirven para descansar y distenderse frente a un enorme televisor que está ubicado al lado de la puerta.
“Todos trabajamos”, asegura Fabiana Abrego, de 30 años, mientras le da la teta a su beba. Dice que todos hacen lo posible para traer algunos pesos, producto de las changas que realizan, pero que el dinero no es suficiente. “Apenas alcanza para comer”, agrega Romelia, la abuela.
Jesús (34), hermano de Fabiana, reconoce que no pueden vivir de esa manera, pero que es imposible pensar en un alquiler. “Podríamos arreglar la parte de la casa que se llueve y hacer algo arriba”, dice, señalando una escalera derruida por la que se sale al techo.
Tanto Jesús como Fabiana aseguran que en más de una oportunidad pidieron ayuda, pero que nunca tuvieron una respuesta. “Nos podrían dar algunas chapas o materiales como para que la habitación de al lado se pueda reparar”, sostiene.
Las 12 personas conviven en el mismo lugar. Allí duermen, comen y sobreviven. Durante el invierno un mechero y un horno viejo son los que dan calor al lugar. En el verano, las puertas abiertas permiten un poco de aire fresco para ventilar la habitación durante las tardes sofocantes en las que el hacinamiento es mucho más desagradable.
“La casa de la chacarita”, como la denominan algunos, está ubicada a unas 20 cuadras del centro, en Islas Malvinas, un barrio de clase trabajadora.
Hasta ayer -salvo algunos vecinos cercanos- nadie sabía que en esa casita humilde vivía tanta gente. Mucho menos que aquellas paredes escondían un drama social.
La vereda que se convirtió en chacarita
NEUQUÉN
La vereda no es una vereda común y corriente. Es un espacio de tierra por la que la gente apenas puede transitar. En una de las esquinas de Avenida del Trabajador y Catriel se nota inmediatamente cuál es la familia que tiene más problemas sociales, por la gran cantidad de basura y cosas acumuladas que hay en todos lados.
Un horno viejo, un inodoro roto, cajones de madera, pedazos de sillas de plástico, tachos de pintura, una balanza digital, un columpio que quedó enroscado en la rama de un árbol. La esquina es una pequeña chacarita en la que también se mezclan cajones de verduras, ristras de ajo, bolsas con frutas y ropa. Los alimentos los dejan allí porque adentro no hay más espacio y durante el día saldrán a venderlos por la calle. “No es que no queremos desprendernos de eso, pero queremos que alguien se lo lleve”, asegura Jesús.
El joven explicó el porqué de los autos en la vereda. Un Ford Falcon amarillo es el que utiliza habitualmente para comprar mercadería en el Mercado Concentrador. El otro vehículo de la misma marca, que originó el forcejeo con los inspectores cuando se lo llevaron, servía para sacarle repuestos cuando se rompía algo del que funciona.
Jesús culpa de todo a los vecinos. “No nos quieren”, asegura.