Este jueves hubo una simple ceremonia en la escuela albergue San Ignacio, en Junín de los Andes. Lea aquí algunos apuntes sobre una realidad en donde la noticia no es la huelga ni la incapacidad de resolver situaciones, sino todo lo contrario.
Llega el tractor a San Ignacio, y es recibido por docentes y alumnos (foto diariamente)
Los primeros 40 metros que recorrió un flamante tractor fueron la distancia, entre un país que agoniza, hundido en la crisis educativa, y otro país posible, que todavía cree en la alegría del trabajo y el conocimiento.
Fue este jueves, en una helada mañana de siete grados bajo cero, en el centro integral de educación San Ignacio, a pocos kilómetros de Junín de los Andes.
Allí, con el volcán Lanín recortando su triangular figura contra el cielo casi limpio de nubes, un puñado de maestros y alumnos recibió la máquina agrícola, el resultado de un proyecto presentado ante el Instituto Nacional de Educación Técnica (INET).
La labor de los maestros de San Ignacio, la acción del INET, la selección exhaustiva de proyectos que hace el CONICET, la concurrencia de la empresa YPF –que financió la compra de la máquina-, la disposición de la empresa representante de la firma John Deere en la región (está en Allen), son factores que cuentan para esta simple noticia.
Por ser tan simple, tal vez merezca solo una gacetilla. Un recorte empresarial. Tal vez no merezca títulos equivalentes a un paro docente, a una negociación salarial, a un corte de ruta.
Pero en San Ignacio, los chicos se levantan todos los días a las 6.30. Hacen sus camas, limpian sus aposentos. Desayunan y van a clases. Almuerzan todos juntos. Vuelven a clase otra vez. Salen al campo. Enseñan a otros. Trabajan.
No pierden días por paros, ni siquiera por feriados. Los días sólo se acumulan para visitar a la madre en octubre, por ejemplo.
Lautaro, uno de esos dos centenares de chicos y chicas que estudian y trabajan en esta escuela de la Cruzada Patagónica, catalogada extrañamente como “privada” (por deficiencias de las leyes, más que por pertenencia al rubro) lo explica simplemente: “muchos vivimos lejos, y no tenemos el dinero para ir y volver un fin de semana. Así que se juntan días, para poder estar con la familia”.
Lautaro es rionegrino, de la Línea Sur. Pero estudia en esta escuela de Junín de los Andes, junto a cuatro de sus seis hermanos.
Como estudian otros chicos de Loma de la Lata. O de parajes lejanos de la cordillera, perdidos, casi caídos del mapa.
Lautaro quiere a esta escuela. Aquí no solo se estudia. Hay que sacar piedras del suelo para poder plantar algo de pastura para los animales. Y hacer la huerta. Y fabricar dulces, y quesos.
Pasar por San Ignacio no es solo aprender lengua, matemáticas, historia, arte. Se vive en comunidad. Se aprende sobre el respeto. Aquí la solidaridad no es una palabra para escribir en el pizarrón y olvidarla.
Solidaridad es el ejercicio de la solidaridad.
Este jueves, a las 10.30 de la mañana, los chicos y los maestros aplaudieron al nuevo tractor, que recorrió sus primeros 40 metros sobre el pedregoso suelo cordillerano.
Diego Ondarts, gerente de administraciones públicas de YPF, simplificó el trámite del discurso, y enfatizó en un punto: “ustedes tienen buenos maestros, maestros que hacen. Aprovéchenlos”, les dijo a los chicos.
Matías Dumais, director ejecutivo de la Fundación Cruzada Patagónica, acompañó a los visitantes –nosotros- junto a Lautaro, en una recorrida por las 15 hectáreas que tiene la escuela-albergue-centro productivo.
Lautaro cuenta: acá están los baños, que es lo único que quedó del edificio que se quemó.
Acá está la huerta. Y aquí el chiquero. Y aquí las gallinas ponedoras.
El Estado neuquino paga los sueldos, a través del CPE. Desde hace unos pocos años, se hace cargo también de pagar la luz y el gas.
Los gastos son muchos más, por supuesto. Solo para hacer el pan que consumen los chicos, se necesita una tonelada de harina por mes.
¿Los alumnos pagan? Pregunto.
Sí. Pagan 20 pesos cada uno, me responden con una sonrisa.
La escuela ha funcionado sin parar durante 28 años. El orgullo es inocultable. La evidencia de una educación concreta, sin fisuras, sin apenas asomo de expedientes y burocracias, es muy fuerte.
Llega el tractor a San Ignacio, y es recibido por docentes y alumnos (foto diariamente)
Los primeros 40 metros que recorrió un flamante tractor fueron la distancia, entre un país que agoniza, hundido en la crisis educativa, y otro país posible, que todavía cree en la alegría del trabajo y el conocimiento.
Fue este jueves, en una helada mañana de siete grados bajo cero, en el centro integral de educación San Ignacio, a pocos kilómetros de Junín de los Andes.
Allí, con el volcán Lanín recortando su triangular figura contra el cielo casi limpio de nubes, un puñado de maestros y alumnos recibió la máquina agrícola, el resultado de un proyecto presentado ante el Instituto Nacional de Educación Técnica (INET).
La labor de los maestros de San Ignacio, la acción del INET, la selección exhaustiva de proyectos que hace el CONICET, la concurrencia de la empresa YPF –que financió la compra de la máquina-, la disposición de la empresa representante de la firma John Deere en la región (está en Allen), son factores que cuentan para esta simple noticia.
Por ser tan simple, tal vez merezca solo una gacetilla. Un recorte empresarial. Tal vez no merezca títulos equivalentes a un paro docente, a una negociación salarial, a un corte de ruta.
Pero en San Ignacio, los chicos se levantan todos los días a las 6.30. Hacen sus camas, limpian sus aposentos. Desayunan y van a clases. Almuerzan todos juntos. Vuelven a clase otra vez. Salen al campo. Enseñan a otros. Trabajan.
No pierden días por paros, ni siquiera por feriados. Los días sólo se acumulan para visitar a la madre en octubre, por ejemplo.
Lautaro, uno de esos dos centenares de chicos y chicas que estudian y trabajan en esta escuela de la Cruzada Patagónica, catalogada extrañamente como “privada” (por deficiencias de las leyes, más que por pertenencia al rubro) lo explica simplemente: “muchos vivimos lejos, y no tenemos el dinero para ir y volver un fin de semana. Así que se juntan días, para poder estar con la familia”.
Lautaro es rionegrino, de la Línea Sur. Pero estudia en esta escuela de Junín de los Andes, junto a cuatro de sus seis hermanos.
Como estudian otros chicos de Loma de la Lata. O de parajes lejanos de la cordillera, perdidos, casi caídos del mapa.
Lautaro quiere a esta escuela. Aquí no solo se estudia. Hay que sacar piedras del suelo para poder plantar algo de pastura para los animales. Y hacer la huerta. Y fabricar dulces, y quesos.
Pasar por San Ignacio no es solo aprender lengua, matemáticas, historia, arte. Se vive en comunidad. Se aprende sobre el respeto. Aquí la solidaridad no es una palabra para escribir en el pizarrón y olvidarla.
Solidaridad es el ejercicio de la solidaridad.
Este jueves, a las 10.30 de la mañana, los chicos y los maestros aplaudieron al nuevo tractor, que recorrió sus primeros 40 metros sobre el pedregoso suelo cordillerano.
Diego Ondarts, gerente de administraciones públicas de YPF, simplificó el trámite del discurso, y enfatizó en un punto: “ustedes tienen buenos maestros, maestros que hacen. Aprovéchenlos”, les dijo a los chicos.
Matías Dumais, director ejecutivo de la Fundación Cruzada Patagónica, acompañó a los visitantes –nosotros- junto a Lautaro, en una recorrida por las 15 hectáreas que tiene la escuela-albergue-centro productivo.
Lautaro cuenta: acá están los baños, que es lo único que quedó del edificio que se quemó.
Acá está la huerta. Y aquí el chiquero. Y aquí las gallinas ponedoras.
El Estado neuquino paga los sueldos, a través del CPE. Desde hace unos pocos años, se hace cargo también de pagar la luz y el gas.
Los gastos son muchos más, por supuesto. Solo para hacer el pan que consumen los chicos, se necesita una tonelada de harina por mes.
¿Los alumnos pagan? Pregunto.
Sí. Pagan 20 pesos cada uno, me responden con una sonrisa.
La escuela ha funcionado sin parar durante 28 años. El orgullo es inocultable. La evidencia de una educación concreta, sin fisuras, sin apenas asomo de expedientes y burocracias, es muy fuerte.
Asombra. Golpea.
En las paredes del pasillo central que recorre las aulas temáticas, hay una exposición de dibujos y pinturas llenas de talento y entusiasmo.
No es el mundo ideal frente al mundo concreto. No es la utopía frente a la desesperanza absurda.
Es, simplemente, otro mundo, tan real como el que sucumbe entre imposibilidades, días de huelgas, licencias que no cesan, argucias gremiales y promesas incumplidas de generaciones enteras de políticos que tienen la educación en la punta de la lengua, por lo que se les cae al suelo cada vez que abren la boca.
Este jueves, un tractor nuevo recorrió sus primeros 40 metros, entre un mundo y otro.
Ojala que los puentes se mantengan en pie.
Rubén Boggi
En las paredes del pasillo central que recorre las aulas temáticas, hay una exposición de dibujos y pinturas llenas de talento y entusiasmo.
No es el mundo ideal frente al mundo concreto. No es la utopía frente a la desesperanza absurda.
Es, simplemente, otro mundo, tan real como el que sucumbe entre imposibilidades, días de huelgas, licencias que no cesan, argucias gremiales y promesas incumplidas de generaciones enteras de políticos que tienen la educación en la punta de la lengua, por lo que se les cae al suelo cada vez que abren la boca.
Este jueves, un tractor nuevo recorrió sus primeros 40 metros, entre un mundo y otro.
Ojala que los puentes se mantengan en pie.
Rubén Boggi