Santo Tomás sufre las consecuencias de una grave sequía. Es conocido por la calidad de su agua mineral, pero necesita ayuda de la naturaleza para que no se mueran las chivas de los crianceros.
Los chivitos quedan guachos y tienen sed
Este año vino seco. No quiere llover, no hay caso. Año “malazo” para los crianceros que habitan la zona rural, aledaña a Santo Tomás, el pueblo de la mejor agua del departamento Collón Cura.
La comisión de fomento de la localidad los abastece para que puedan paliar la sequía. El camión recorre los puestos y llena los tanques australianos.
“El camión les está dando, como te puedo decir, un poco de dignidad porque si no tuvieran agua no sé qué harían. Ustedes imagínense un día, una semana sin agua, ¿qué hacen? Agua ni para tomar mate, ni para bañarse, ni para lavar la ropa, ni para trapear el piso. Es increíble lo paradójico de todo esto porque en Santo Tomás nos sobra el agua, es agua muy rica, nos cierran la fábrica (la embotelladora) y a 15, 20, 30 kilómetros hay parajes que no tienen agua para vivir”, plantea Gladis Pavón, presidenta de la comisión.
Rubén, el hombre que sabe el camino
Ella ofrece de guías a Rubén y a Eda, que trabajan en la comuna. Rubén conoce cómo llegar a cada puesto cuando hay sol o cuando azota el temporal. Sabe el camino porque muchas veces él mismo lo abrió. Eda dice que los crianceros son como de su familia.
Yegua y potrillo dan la bienvenida al puesto
Alberto Huenohueque escucha el motor y sale. Vive en el paraje Ojo de Agua. En la puerta una yegua con su potrillo dan la bienvenida.
Invita a pasar, ceba mates amargos y está parado al lado de la hornalla. Resume la situación en pocas palabras: “Y esto es así: un año bueno, un año malo, el campo es así. Si viene llovedor, está todo bien.”
Cuenta que el invierno no es tan frío, y se calefacciona con leña, pero que el verano pica. El año pasado estuvo bravo: por lo menos algún día la temperatura trepó a 40 grados. No tiene vehículo y se mueve “totalmente a pata.”
Mientras que para los empleados de la embotelladora de Santo Tomás el esplendor vino tras la erupción del volcán Puyehue, a los crianceros les trajo malaria.
“Para las cenizas tenía 60 vacunos y salvé 15, de 60 salvé 15, y con eso ahora estoy empezando de vuelta, ahora voy a llegar a 50 calculo yo, la peor época fue la de la ceniza, y la mejor fue el 2015”, manifiesta Alberto.
Y agrega: “los caminos son todos precarios, ahora por suerte que no ha llovido se puede andar, pero cuando llueve acá no se puede entrar, es todo barro y mucha caída de agua, quedas aislado.”
–¿Y cuándo se tiene un mal año qué se hace?, ¿Cómo se sobrevive?
–Y... hay que subsistir como se pueda
Se estira el silencio.
–Esto de la sequía es siempre... siempre ocurrió esto.
Además de caballos, Alberto tiene vacas, chanchos. Más animales no puede: “Si no tenés agua, no tenés nada acá”.
Hace cuatro años que está en el puesto. Rubén asegura que acá todavía se trabaja “de sol a sol”. Alberto asiente. Dice que se despierta a las cinco de la mañana y a las nueve de la noche se acuesta. Tiene un panel solar del EPEN que le sirve para sintonizar la radio. “Ahí me entero lo que pasa en el país: como está la soja, el dólar”, comenta entre risas.
Aprendió oficios, estuvo en la cosecha en el valle, trabajó en un gasoducto.
–Pero esto de trabajar para otro no sirve...
–¿Por qué no sirve?
–Porque si sos siempre empleado tenés que andar a la orden, no, prefiero criar chanchos, hacer proyectos, trabajar para uno
Mario Antileo salvó la sequía con el jagüel que él mismo construyó. “Lo hice a pulso, con punta y maza”, afirma. Tiene 180 cabrillos, que se alimentan a pura zampa, y unas poquitas ovejas. Rubén subraya que el agua esa es re salada. “No es muy salada, hay que acostumbrarse”, responde Mario cuyo puesto está en el paraje La Picasa.
Muy cerquita vive Ángel López, que está sentado en la puerta de su casa junto a su perro “Corralito”. Es el que peor la está pasando.
“Perdí la mitad de la crianza, se me han muerto chivitos”, menciona. Había tirado una manguera hasta una vertiente que ya está seca. Rubén relata que Ángel hizo un jagüel con un ayudante en una zona de tosca. “Doce metros, ¿sabes lo que es romper una tosca de doce metros para abajo? Y no sacaron agua. Porque el hombre le había errado la corriente, después vino otro técnico más y le dijo que la corriente estaba más arriba”, añade.
Entonces explica que todavía subsisten los rabdomantes, quienes caminan con una vara y pueden detectar el agua subterránea, y así marcar el sitio para excavar un pozo. “Tienen una varita, y le dan, y dicen “acá está el agua a tantos metros”, señala Rubén.
Sacar agua de las piedras también requiere de un poco de magia.
21
son los puestos de la zona rural que recorre el personal de Desarrollo Social de la comuna.
70
kilómetros es la distancia a la que está el puesto más alejado de Santo Tomás.
10
metros de profundidad suelen tener los jagüeles que construyen los crianceros para abastecerse.